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Familias persisten en la búsqueda de sus cercanos extraviados

El único recuerdo material que Elizabeth Ibacache tiene de su hijo, Diego Bustamante, extraviado en San Carlos el 5 de agosto de 2008, es la cédula de identidad que guarda en su billetera.

Pero en su memoria, aún retiene todos los detalles de los 21 años que Diego compartió junto a ella, y también, la secuencia de la última tarde en que lo vio.

“Estábamos muy contentos, porque habíamos recibido una casa en San Carlos a través de un subsidio, eran nuestros primeros días en ella y todavía estábamos trasladando cosas. Con Diego sacábamos una mata de zarza, y hacíamos un tendedero para colgar las sábanas. Yo trabajaba con la pala y él sostenía los postes para colgar el alambre. Paramos un poco, me quedé conversando un rato con uno de los vecinos. De repente tomó la bicicleta y se fue; lo último que vi fue su espalda. Le grité para que volviera, pero ya se había ido. Mi Diego tenía autismo”, relata.

“Yo iba con él a todos lados, lo seguía por cerros, montañas y quebradas, porque le gustaba explorar, tenía una buena condición física. Él era mi sombra, mi todo, lo recuerdo siempre de la mano conmigo, no hablaba, pero yo sabía lo que necesitaba. Ese día pensé que iba a volver, siempre lo hacía, a veces muy tarde y con las ruedas desinfladas. Di aviso a la patrulla de Carabineros y mis hijas llamaron a Patricio -padre de Diego- que estaba trabajando en una faena de construcción en San Rosendo”, detalla.

Al día siguiente comenzó la búsqueda, que se concentró en el río Ñuble. “Una de las hipótesis fue que se tiró al agua porque lo perseguían unos perros y encontraron su bicicleta cerca. Puede ser, él les tenía miedo, pero nunca se comprobó nada”, recuerda Patricio.

“A mi hijo lo mataron, ése es mi presentimiento, porque él era un muy buen nadador. Vino el Gope y trajeron dos patrullas caninas, pero las autoridades estuvieron menos de un año ayudándonos a buscar. Un carabinero me dijo que algo le había pasado, y ahí entendí que no iba a volver. Me quedé procesando todo, y todavía estoy en eso. Pienso que algo en el universo cambió y yo me quedé sin mi Diego”, afirma Elizabeth.

Ella cree en la reencarnación. “Es lo que me ha mantenido en pie. Me gustaría que hubiese una investigación seria para saber dónde esta mi niño, a veces me pregunto cómo pude haber perdido algo tan sagrado. Ahora no está conmigo, no lo puedo ver ni tocar, y dejó un vacío tan grande. Yo me tiraba en la cama a llorar por más de tres horas, cada vez que despertaba subía a su pieza para ver si había vuelto. Patricio estaba desolado, no volvió a trabajar en cuatro meses, subsistimos gracias a la ayuda de vecinos”. Al tiempo, se separaron.

En el registro online de la PDI figuran cuatro personas extraviadas en Ñuble, Diego no integra la lista. Este año se han desarrollado operativos de búsqueda por otros casos. Patricio pide a las autoridades que retomen la investigación. “Con los nuevos adelantos se podría saber algo, deberían haber hecho más búsquedas, yo no estoy conforme, todavía tengo esperanza. Era mi regalón, lo llevaba siempre sobre mis hombros. Cada vez que me dan algún dato de dónde puede estar, salgo a buscarlo ”.

Diego habría cumplido 32 años este mes. “Le encantaba dibujar, puedo reconocer sus dibujos en cualquier lugar. Guardé uno de la planta Iansa -que se ubica a la altura de la población donde vivían-, también tenía su pelo que yo le cortaba y ponía en una revista National Geographic, que a él le encantaba mirar. Se perdió todo hace poco, porque hubo un incendio, pero sé que donde esté tendrá mis recuerdos. A él le gustaba el mar, cuando voy a la playa, veo a los niños y mientras los tengo en mis brazos, pienso que puede ser mi Diego que está reencarnado”, dice Elizabeth.

La persistencia de Rebeca

A Rebeca le gusta recordar a su hermano sonriendo, tal como se muestra en la última fotografía que le tomó en el Cesfam de Coihueco, en una de las últimas oportunidades que pudieron encontrarlo. Eso fue un mes antes de que Bernardo Medina San Martín, se extraviara de su casa, en la Población Luis Cruz Martínez el 1 de agosto de 2016, a los 38 años.

Padecía esquizofrenia, por lo que sus hermanos siempre estaban pendientes de su cuidado. “A él le gustaba que yo le hiciera comidas ricas, esa tarde le preparé tallarines con pescado porque quería comer eso, estaba feliz. Le compré pan para la once, lo dejé acostado, y volví a mi casa”, relata.

“Él salía a caminar por todas partes, llegaba a Oro Verde, a Bulnes, era imposible tenerlo en la casa. Dicen que esa noche lo vieron comprando una bebida. Al otro día, mi cuñada se dio cuenta que no estaba. Dimos aviso a Carabineros, pero nos dijeron que teníamos que esperar 48 horas para poner una denuncia. Ese fue un tiempo perdido, porque mi hermano tomaba medicamentos por su enfermedad, no tomarlos significaba que podía perder el control”, sostiene.

Durante esas horas lo buscaron en todos los sectores a los que solía ir a caminar. Rebeca quedó a cargo de la denuncia, y en el primer año, apoyada por sus hermanos, solicitó todas las acciones posibles: Gope, patrullas caninas, muestras de ADN internacional. Además, pegaron fotografías de su hermano en todas las comunas que visitaba, especialmente en Cobquecura, pues a Bernardo le gustaba caminar por la orilla del mar recogiendo conchas.

“El trato de las personas que trabajan en las búsquedas es muy bueno, pero lo que me pesa y me da rabia es que el procedimiento es muy lento: cuatro meses para pedir un ADN y cuatro meses para una orden de comparar cuerpos en el Servicio Médico Legal”, enfatiza.

Rebeca, con el apoyo de sus hermanos, contrató los servicios de seis psíquicas, incluso consultó a la de Chimbarongo, conocida por sus apariciones en televisión.

“Varias decían que veían a mi hermano en agua, pero nunca tuve resultados, juegan con los sentimientos de la gente. Hace un año sigo la búsqueda sola, mis hermanos han desistido, pero yo no quiero resignarme. Mi hermano era una persona indefensa, como un niño. Él solo se expresaba con apodos o sonidos”, afirma.

Rebeca sabe que luego de cinco años, si su hermano no aparece, podría declararse su muerte presunta.

“Me aterra pensar que van a pasar dos años más y se va a cerrar el caso. Tengo la esperanza de que me van a llamar y me dirán que mi hermano está en algún lugar, pero no quiero pensar en un cadáver, mi imagen es la de la foto, con su sonrisa, cuando me abrazaba después de que le había hecho una comida que le gustaba”.

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