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Faltos de alegría

Uno de los tantos videos que llegan en estos días a nuestros celulares, mostraba una hermosa escena de alegría colectiva, y me hizo pensar en lo falto de alegría que estamos como pueblo. Razones hay de sobra, por el impacto que tiene la pandemia entre nosotros, con sus manifestaciones de muerte, enfermedad, desempleo, confinamiento. Pero la alegría nos falta desde antes, hace meses, quizás años.

Para algunos, el “estallido social” fue motivo de alegría, porque “Chile despertó” y se expresó una justa demanda por la dignidad y contra el abuso. Para otros, ha sido exactamente lo contrario, por las violencias y la destrucción que se manifestó. Lo que está claro, es que convivimos desde hace tiempo con profundos malestares, hemos perdido cohesión social y nos mordemos frecuentemente unos a otros, conviviendo en un clima de polarización que no ha sido puesto en cuarentena durante la pandemia. Basta darse una vuelta por las redes sociales para constatar el clima tóxico que a menudo nos envuelve.

Es evidente que una alegría colectiva perfecta no existe ni existirá en esta tierra, cruzada de permanentes conflictos e intereses contrapuestos. Pero en la medida que edificamos una sociedad más justa, donde todos participen de verdad de los beneficios del progreso, nos acercaremos un poco más a la meta. No puede ser que muchos que trabajan, al final sigan siendo pobres.

Para crecer en la alegría, necesitamos también relacionarnos con los demás de otra manera, cuidando el lenguaje y practicando una apreciación más verdadera y justa de las personas. No es razonable que el otro sea siempre alguien a quien destruir, denostar, caricaturizar. No es razonable creer que yo y los míos estamos en la verdad, y los demás y los que piensan distinto están en el error. “Traten a los demás como les gustaría que los demás los traten”, nos dice Jesús. Es un criterio fundamental para una convivencia más amable, soporte de la alegría.

La alegría colectiva, por otra parte, necesita de un reconocimiento más agradecido de los dones que recibimos. Falta mucha equidad para que todos tengan lo que necesitan para una vida digna, pero también es verdad que recibimos muchas cosas de los demás que no sabemos valorar: personas que nos sirven, servicios sociales que están a nuestro alcance, beneficios del Estado, voluntarios que nos acompañan en momentos difíciles. Tendemos a una mentalidad de “clientes”, prontos a quejarnos y reclamar por nuestros derechos, olvidando fácilmente la otra cara de la moneda: la bondad, el servicio, el trabajo, la atención… que tantos nos prestan.

Para el cristiano, hay una alegría fundamental que no debe ser olvidada: aquella que nace del encuentro con Dios, con su amor que no se acaba y su ternura que no se agota. Incluso en medio de las dificultades y oscuridades de la vida, la alegría de la fe es una secreta pero firme confianza. No es lo mismo que la diversión o un ingenuo optimismo, sino la certeza de una Presencia que nos sostiene y que nos quiere arrancar del corazón el pesimismo, el mal humor, el egoísmo y la desesperanza.

Quizás tú y yo podamos hacer algo más para que no nos falte la alegría. Y como es contagiosa, así la vamos sembrando también en nuestro mundo.

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