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“En Ñublense forjé mi carácter como jugador y para toda mi vida”

Corría 1964 cuando Eduardo Cortázar, con apenas 15 años saltó del Liceo de Hombres de Chillán y de los Pabellones Manuel Rodríguez, al plantel de Ñublense por tan solo 50 escudos. Llegaba de uniforme a los entrenamientos porque su padre, Roberto, que había sido dirigente del club en los 50’ y jugador amateur en los 40’, lo había obligado a seguir sus estudios para abrazar su pasión futbolística.

“Me pidió que fuera a Ñublense ‘Cachupín’ González y Orlando Villamán. Me hizo debutar el entrenador Lincoyán Neira en 1965 como centrodelantero. Llegué a un plantel de tremendos jugadores que me enseñaron mucho”, evoca Cortázar, ahora de 72 años y supervisor de talleres deportivos en la Municipalidad de Temuco.

El otrora centrodelantero, volante y además técnico del Rojo, está radicado en la capital de la Región de La Araucanía desde donde charló con La Discusión para recordar su paso por el club de su ciudad natal, su experiencia en la Selección Chilena y también para revelar cómo vive la cuarentena en Temuco.

“Aprendí las mañas”

“En Ñublense forjé mi carácter. Aprendí de mis compañeros experimentados y grandes hombres de los que siempre estaré agradecido como Luis Pérez, Óscar Romero, Rómulo Oses, Antolin Sepúlveda, Mamani, Roly Vásquez”, recuerda Cortázar, quien vive la cuarentena encerrado, “pero no de vacaciones”.

“Acá se está viviendo un momento complicado con los contagios. Yo vivo al lado del estadio, a metros de la oficina y estoy encerrado trabajando gracias a la consideración del alcalde Miguel Becker”, precisa.

El ex futbolista chillanejo vistió la roja de Ñublense hasta 1967. Tras debutar como centrodelantero, Caupolicán Peña lo transforma en volante mixto y se lo lleva a Deportes Temuco donde fue capitán y figura. En 1970 fue nominado a la Selección Chilena y se dio el lujo de jugar ante Brasil en el estadio Maracaná.

“Fue una vivencia inolvidable. Jugué de puntero izquierdo y después cuando salió Carlos Caszely, pasé a jugar de seis. Habían 120 mil personas, jugué contra Pelé, Jaizinho, Tostao, Carlos Alberto”, recuerda.

Sello y anécdota

“En el Liceo era central, debuté de centrodelantero y terminé jugando como volante mixto, pero con gol. Hice muchos goles. Tenía carácter y por eso fui capitán en todos los equipos que estuve. Eso gracias a mis ex compañeros de Ñublense”.

En el Rojo se impregnó de la mística y la garra de jugadores que eran muy queridos por la barra del Mercado, en una época romántica en la que se convivía con muchas carencias.

Recuerda sus viajes en micro con el plantel, escuchando boleros que eran cantados por el ex portero Luis Pérez y el ex lateral derecho, Óscar Romero.“El chofer, el querido ‘Castaña’, nos ponía los boleros de Palmenia Pizarro que ellos se los sabían y terminábamos casi llorando”.

Tras salir de Chillán, Cortázar vivió una anécdota en el gran plantel de Deportes Temuco de Caupolicán Peña. Cuenta que un viaje de retorno al sur, a la altura de San Fernando, el chofer, que era masajeado para que no se quedara dormido, impactó a dos caballos en la ruta. Uno de ellos quedó muy herido y entonces el portero Simón Kusmanic, bajó con la pistola que siempre portaba y pasó lo increíble.

“Le pegó un balazo al caballo para que no sufriera y de repente este relincha y sale galopando lejos. Quedamos todos helados. Increíble. No lo podíamos creer. Nunca vi algo así”, evoca sonriendo Cortázar, quien se retiró en 1983 como jugador y tras ser también técnico, en el club que lo vio nacer como futbolista. “Ñublense y el fútbol fue una experiencia de vida. Allá está mi esposa y una hermana, y tengo dos hijos, quienes respetaron mi pasión por el fútbol”, sentencia uno de los inolvidables del Rojo.

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