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“En la Iglesia de Ñuble, se cometieron errores que no pueden volver a ocurrir”

El mes de septiembre de 2019 no fue sencillo para el entonces administrador apostólico de Chillán, padre Sergio Pérez de Arce.

El sacerdote fue nombrado obispo de Chillán por el Papa Francisco, y hoy asume, siendo la única investidura de esta naturaleza que se realiza en Chile, pese a la pandemia.

Había sido nombrado como administrador, tras la salida del entonces obispo de esta diócesis, Carlos Pellegrin, para culminar las investigaciones eclesiásticas por siete denuncias de abusos sexuales contra menores y un escándalo sexual con adultos, que involucraba a un sacerdote.

El quinto día de ese mes, muere el obispo emérito de Chillán, Alberto Jara, sindicado como uno de los encubridores de tales ultrajes; “y ese mismo día me anuncian la sanción contra el padre Osvaldo Salgado”, recuerda.

Por lo tanto, sumó fuertes críticas ya que en los responsos fúnebres de Alberto Jara, no hizo pública la sanción de Salgado.

Luego, tras la misa de la celebración del 18 de Septiembre, se le volvió a apuntar por no tocar el tema de los abusos en la homilía.

Para muchos, lo anterior significó que al padre Sergio, le incomodaba el tema.

“Ya me había referido muchas veces antes a eso. A quién me preguntará, comunidades, agrupaciones o a la prensa, yo le respondía cuanto podía decirles al respecto. Ese día no hice mención al tema, porque estábamos en un contexto festivo, eran las Fiestas Patrias y lo que hice fue hablar de Chile y sus temas sociales, eso era lo atingente. Uno no puede andar diciendo cada día, una y otra vez lo mismo, además hay muchas otras cosas que decir de la Iglesia. Eso fue todo”, aclaró.

Similar situación respecto a Salgado y al funeral del padre Jara: “en primer lugar, el funeral de una persona no es el momento para hacer anuncios como una sanción eclesiástica. Y por eso me criticó una de las víctimas, de encubrimiento”.

Y aunque a la fecha, los casos de pedofilia y otros escándalos sexuales están eclesiásticamente resueltos y todos sancionados con la salida de los acusados, “lo que resta es lo que resuelva la justicia penal y civil, y en eso la Iglesia no puede hacer nada, salvo colaborar cuando se pida que los hagamos”, apunta.

A la vez, admite que la relación con las víctimas, no ha sido sencilla.

“Es difícil tener relaciones con las víctimas. Para nosotros se trata de un tema muy delicado. Hay mucha gente para quienes lo que hemos hecho no es suficiente, y algunas víctimas no quieren establecer un diálogo con nosotros, lo que es comprensible. A ellos, sólo les puedo decir que nuestro ánimo de escucharlos es permanente”.

Respecto a las acusaciones de la madre de una de las víctimas, de haberla amenazado, dice que “es absolutamente falso, yo no soy de las personas que ande presionando o amenazando a las personas, al contrario, el trabajo que se me encomendó fue el de resolver esos problemas y recuperar lazos con las víctimas, y una amenaza no es el camino”.

Una dura lección

No es el momento más fácil para asumir el liderazgo de la diócesis. El actual obispo (el sexto en la historia de Ñuble), llega en medio de los escándalos sexuales, con los ecos aún reverberantes de las protestas sociales masivas, y cuando en las redes sociales es normal ver leer ataques y hasta burlas a quienes se declaren católicos.

“Es un problema real, existe. Pero le afecta a casi todas las instituciones, la crisis de credibilidad no es sólo de la Iglesia, pero lo único que podemos hacer es trabajar haciendo las cosas bien, que la gente nos vuelva a ver en terreno, haciendo las cosas bien, cosas buenas, estando con ellos y ayudando”, plantea.

Vuelve atrás y maximiza que mientras no se repare el daño por los abusos, será complejo contar con una relación sana entre Iglesia y comunidad.

“La Iglesia actuó incorrectamente, respecto a las denuncias. Se omitieron acciones, por ejemplo, llegaba una denuncia y quien tenía que actuar, en vez de averiguar y aplicar la normativa, se preocupaba de ver cómo resolvía el problema del sacerdote, me refiero a decidir dónde lo mandan, o qué hacen con él. No se escuchó a las víctimas, no acogió sus problemas, se buscó más cuidar la institución que a la víctima”, criticó y añade que “la Iglesia, acá en esta diócesis, cometió errores que no pueden volver a ocurrir, ahora atender cualquier caso similar será nuestra prioridad. Estaremos con las víctimas”.

Relación con los laicos

Cerca del 2018 la red laical de Chillán ya contaba con una voz clara en la comuna. Había discrepancias con la diócesis y las hicieron sentir con mayor o menor vehemencia.

Para el obispo, no se trata de adversarios. “Son personas de fe, que participan de nuestra iglesia, y que hoy están incorporados de manera más habitual a la Iglesia, manifiestan sus impresiones y deseos, sin que necesariamente sea a través de la polémica”.

Los desacuerdos existen y nadie los esconde, “pero no se trata de aspectos fundamentales, tienen que ver más con los modos y ritmos de hacer las cosas, pero son personas cercanas, con las que se puede y esperamos seguir dialogando y que sigan colaborando con nosotros”.

Animar la vida pastoral

Finalmente anuncia que su gestión se centrará en “lo que el Papa nos está pidiendo, que animemos la vida pastoral, ser una iglesia en salida misionera, que no se quede encerrada, sino que debemos salir a anunciar el Evangelio, a quienes no lo conocen o a los que se sienten alejados, entonces, tenemos que salir”.

Aunque en Chile, más de la mitad de la población se identifica como cristiano, “muy pocos de ellos hacen vida de Iglesia, y las razones pueden ser muchas. Tenemos que recuperar a esas personas y hoy, tras dos años, la diócesis de Chillán tiene a su obispo, lo que para la comunidad eclesiástica es importante, pero tenemos que hacer un trabajo especial, no digo partir de cero, sino que continuar con el trabajo de acercar la Iglesia a la gente y ése será mi trabajo, tal vez de por vida”.

Felipe Ahumada

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