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El vino, patrimonio inmenso de Chile y Ñuble

La palabra vino deriva etimológicamente del sánscrito “vena” formada de la raíz ven (“amar”, por ello Venus es Diosa del amor, y venéreo). El término que relaciona el vino con el amor, se debe a que todas las civilizaciones han considerado que es fuente de vida, de gozo, de amor y deseo de vivir. Parece por tanto lógico que vino, amor y vida tengan entre sí estrecha relación semántica. No en vano “vid” está a una letra de ser “vida”.

Desde Hipócrates el vino es recurso medicinal, sus derivados como el vinagre sirvieron desde el mundo primitivo para la preparación y conservación de alimentos con el escabechado. Asimismo el vino por su contenido en alcohol, sulfuros, taninos y éteres a lo largo de la historia se ha empleado como antiséptico para curar las heridas. La riqueza de componentes del vino incluye los taninos, grasas, azúcares, trazos de vitaminas, oligoelementos, sobre todo hierro, aminoácidos, ácidos orgánicos y minerales. Y cabría añadir, sustancias flavonoides, ácido salicílico, y antibióticos. Es la única bebida que contiene dos poderosos antibióticos contra las bacterias productoras de enfermedades infecciosas y digestivas: el enidol en tintos y la biotricina en blancos. El primero, mata el bacilo coli en 15 minutos. Como en las enfermedades infecciosas, existe una hipocolesterinemia y el alcohol moviliza los lipoides y crea el cuadro contrario.

El vino en dosis moderadas baja la concentración de colesterol en sangre, estimula la secreción gástrica y tonifica el organismo, además favorece la digestión, es un buen antídoto en la triquinosis, ayuda a conciliar el sueño, y posee ligeros efectos sedantes y analgésicos. Además, en las mujeres retrasa la osteoporosis al estimular la producción de calcitonina. Un vino seco proporciona a los diabéticos energía y baja concentración de colesterol en la sangre. Después de los 65 años hay menos riesgo de sufrir diabetes tipo II. Se le atribuyen propiedades anticancerígenas, gracias al resveratrol y efectos anticoagulantes, al bajar el nivel de fibrinógeno en sangre, incluso retrasa, se apunta, la aparición de las arrugas y la vejez.

Bebiendo una copa de vino, en una sobremesa académicamente muy conspicua, en cierta oportunidad yo le escuché decir a Humberto Maturana lo siguiente: “La competencia no es un fenómeno biológico primario, es un fenómeno cultural humano” cuestionando abiertamente los mensajes economicistas a ultranza alentando la “sana competencia”. Maturana, sin embargo, reafirmaba luego: “El resultado es la producción con apropiación excluyente que lleva a unos a la riqueza y a otros a la miseria, en el continuo agotamiento del mundo natural porque este no es infinito”.

Para sobrevivir, antes como hoy, los campesinos y pequeños viñateros de Ñuble debieron colaborarse estrechamente y no competir, transformando la minga de la cava-recava y la vendimia, por ejemplo, en una institución comunal. El vino hace fluir las emociones, desinhibe barreras, acerca y estrecha los afectos humanos. Sería entonces un gatillador –sobre todo si se bebe en encuentros comunitarios- para los cambios culturales que implicaría crear una nueva república más humana.

Qué duda cabe que hoy existe una enorme expectativa que la nueva Constitución transforme a nuestra sociedad. Pero si no cambia nuestra cultura, es decir, “si no cambia el emocionar desde donde vivimos nuestro convivir” (H. Maturana), seguiremos haciendo la misma odiosa segregación desde el punto de vista social, económico y cultural, cualquiera sea el cambio legal o jurídico que prescriba la nueva Carta magna. Sería un texto estéril y vacío. ¿Será mucho pedir apostar por el vino, por el pipeño del Itata, para regar los ánimos de los Constituyentes, predisponerlos al abrazo, a la escucha y así se derriben las barreras de clases sociales, de los partidos, de los egoísmos? ¿Será mucho pedirle a nuestro vino se encargue de hacernos decir la verdad –in vino veritas- y luego de reconocer nuestros errores con hidalguía, hacernos más amorosos? (Por lo menos a mi, me gustaría refundar la patria transversalmente con sopaipillas y vino tinto.)

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