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Doble crisis

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La actividad agrícola se ve enfrentada hoy a dos grandes crisis: la hídrica, que se arrastra por diez años y no parece tener un final en el corto plazo; y la del Covid-19, que hará tambalear a toda la economía mundial durante el presente año y también el próximo. Ambas representan una severa amenaza cuyas consecuencias dependen, en gran medida, de la capacidad de respuesta.

Ciertamente, la crisis sanitaria mundial ha avanzado a gran velocidad, y por eso mismo sus consecuencias económicas ya se han hecho sentir, por ejemplo, en China, principal destino de las exportaciones de la región y de Chile, así como también de muchos otros países, por lo que la paralización de la actividad en el gigante asiático se ha traducido en la abrupta caída de la demanda y de los precios de las materias primas y en una rápida apreciación del dólar.

Adicionalmente, a nivel interno, las medidas de prevención dispuestas para frenar el avance de la pandemia en el país, y que van por el camino correcto según la OMS, también contribuirán a ralentizar la economía en su conjunto, y por supuesto la actividad agrícola y agroindustrial.

En el caso de Ñuble, si bien autoridades y productores coinciden en que el agro no puede parar, pues el sector cumple un rol clave en el abastecimiento de alimentos para la población -fue declarada como infraestructura crítica-, no cabe duda que está funcionando a un ritmo bastante menor, impactando en el empleo y actividades complementarias de la producción agraria, como el transporte, lo mismo que en otros rubros como el comercio, ya que el 78% de los desembolsos que realizan los productores se localizan en las comunidades en las que se hace la producción.

Por otra parte, a diferencia de la crisis sanitaria, en que la reacción del Gobierno ha debido ser rápida para contener la propagación de los contagios y también para moderar el impacto económico en los segmentos vulnerables y en las Pymes, la crisis hídrica ha avanzado gradualmente durante estos diez años de sequía, brindando tiempo a las autoridades para que tomaran decisiones.

Aunque sería injusto decir que el Estado no ha tomado medidas para enfrentar la sequía, dadas las inversiones en riego que se han concretado, sí es correcto decir que no se ha construido ningún embalse, pese a que existen los recursos y la capacidad para hacerlo. Ello no sorprende, dado el tradicional abandono que ha sufrido el mundo rural, prueba de ello es que ni siquiera se ha logrado solucionar el problema del acceso a agua potable.

La falta de voluntad política en años pasados, que no asignó la debida prioridad a los embalses, el entramado burocrático que puede retrasar más de diez años un proyecto, y el mal manejo de La Punilla, mantienen a Ñuble con una baja superficie agrícola con seguridad de riego, cerca de 15 mil hectáreas, pudiendo llegar a 150 mil si estuvieran operando sus cuatro principales embalses: La Punilla, Chillán, Zapallar y Niblinto.

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