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Disfunción atencional

Las tecnologías no son en sí mismas ni buenas ni malas, pero su empleo puede tener efectos que merezcan una calificación negativa, como es el riesgo para peatones y conductores de la constante atención de los recursos tecnológicos.

El Observatorio Vial Latinoamericano utiliza la denominación de “peatón tecnológico” para referirse a quien fija su atención en un dispositivo y margina las mil y una variables involucradas al desplazarse, tanto por conductores como por transeúntes. En 2014, este tipo de peatones representaban en Chile el 10,5% de los individuos observados; en 2016, la porción estimada fue del 15%, y en 2018 rondaba el 55%.

Son, evidentemente, aumentos preocupantes. Basta observar el cruce de calles muy congestionadas para coincidir con las observaciones que dan cuenta de que un 34,1% de los transeúntes usa auriculares, el 15,3% habla por teléfono mientras se desplaza en la vía pública y otro 12,2% incluso va digitando mensajes de texto sin observar ni prestar atención alguna a lo que ocurre a su alrededor. Es así que, lamentablemente, los trágicos episodios se repiten y aumentan. Y no se puede hablar en estos casos de accidentes, pues son absolutamente prevenibles.

En efecto, no se necesita ser experto para advertir que la función atencional, al distribuirse en situaciones muy distintas, pierde eficacia y aumenta entonces la posibilidad de sufrir accidentes. Esta observación ha sido probada con rigor por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Es indispensable, entonces, que conductores y peatones no usen el celular al manejar o cruzar calles y avenidas. Deben tener en cuenta que su empleo es, por lo general, más absorbente que el diálogo con otros ocupantes del automóvil, conducta tampoco recomendable, pero menos peligrosa. De hecho, está comprobado que la distracción que produce el celular es mayor, que los tiempos de reacción del conductor se lentifican y afectan las posibilidades de una frenada.

Puede agregarse que quien lo usa sabe de esas limitaciones, a las que cabe añadir la reducción de la visión periférica y el menor empleo de los espejos retrovisores mientras conduce y habla por el celular. Tampoco se necesita ser experto para comprender que agudizar la atención, en cualquier actividad, nos preserva más efectivamente del peligro. Mucho más cuando caminamos o conducimos vehículos.

Al recibir o efectuar una llamada desde un celular -o lo que es peor, leer y enviar mensajes de texto- estamos reduciendo notoriamente nuestro campo focal, y los cuidados que implica un desplazamiento se marginan hasta quedar apenas en la periferia de la atención. Se pierde así contacto con la realidad inmediata por atender otra ciertamente distante. Cuando la conciencia se focaliza en un smartphone, por ejemplo, respondemos con lentitud a cualquier estímulo cercano e inminente, pues solo entra en nuestro campo de conciencia, de forma marginal. El peligro, entonces, se acrecienta.

No se puede desatender la necesidad de respetar las normas más elementales que rigen nuestra convivencia vial y cuyo fin último es proteger vidas. La educación vial es mucho más que un compendio de normas vacías. Es una invitación a cuidarnos. 

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