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Diez fieles en una Catedral

Esta frase podría ser el título de un libro o de una película, quizás de suspenso. Pero no, es el aforo que se nos permite actualmente para el culto en la Catedral de Chillán, en la fase 1 o 2 del plan paso a paso. Como la Catedral cuenta con 1.000 metros cuadrados, tenemos 100 M2 por persona.

Cuando comenzó la pandemia en marzo de 2020, la misma Iglesia suspendió el culto público. Luego vino una prohibición explícita de la autoridad sanitaria. En agosto comenzó el plan paso a paso y pudimos celebrar en Chillán, durante ese mes, misas en día domingo, pues estábamos en fase 3. Pero de septiembre en adelante se han intercalado las fases 1 y 2, sin posibilidad de reunión el fin de semana. Recién ahora en abril, luego de un dictamen de la Corte Suprema, se permitió 5 personas. ¡Sí, 5 personas! Y ahora, hace pocos días, se ha aumentado a 10.

Es conocido por todos, la importancia del domingo para la celebración de la fe, de manera que lo vivido en Chillán, y en muchas otras ciudades de Chile, ha significado en la práctica no contar con la celebración eucarística ya más de un año (salvo la transmitida por medios telemáticos). Hay pocas actividades, seguramente, que se han visto tan afectadas como esta práctica religiosa.

Dirán algunos que se puede rezar en la casa y que hay otras maneras de unirse a Dios, lo que es verdad, porque “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). Pero la vida cristiana tiene una dimensión sacramental esencial y los sacramentos hacen presente los dones divinos como ninguna otra realidad lo hace. Por algo Jesús nos dice sobre la eucaristía: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Excluir la eucaristía de la vida cristiana es como sacar de la alimentación toda una gama esencial de alimentos; se puede seguir viviendo, pero la calidad nutritiva no será la misma.

Dirán otros que es más importante el cuidado de la salud y la colaboración con las medidas sanitarias. Y estamos de acuerdo: el cuidado de la vida es esencial para los cristianos. Pero lo que hemos planteado desde la Iglesia no es que se nos eximan de criterios restrictivos o de incumplir normas sanitarias, sino que se establezcan aforos concordantes a la capacidad de los espacios. Para cualquiera es evidente que en 1.000 m2 puede haber perfectamente más de 10 personas, con resguardo sanitario y sin que ello derive en un particular riesgo de contagio. Así lo han entendido en otros lugares del mundo (España, Italia, etc.), donde en lo religioso no se ha tenido la rigidez que acá hemos padecido.

La pandemia se extiende en el tiempo y por muchos lados se pide la revisión de los criterios sanitarios vigentes, con el fin de evaluar su real efectividad. Parece justo un replanteamiento para integrar mejor los diversos valores en juego, sin que ello signifique un menoscabo del cuidado de la vida. En ese marco, los católicos tenemos derecho a normas que hagan posible que el culto se pueda realizar razonablemente. Los mismos católicos, por otra parte, debemos preguntarnos si estamos haciendo lo necesario para vivir la vida sacramental, aún en medio de la pandemia, o nos hemos acomodado a una situación que nos lleva a prescindir de prácticas esenciales de nuestra fe.

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