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Descanso mental

Agencia Uno

La tercera cuarentena decretada para nuestra ciudad frustró las expectativas de miles de personas que tenían proyectado desconectarse de las estresantes rutinas que nos ha impuesto la pandemia. En cambio, lo que tendrán es más confinamiento y restricciones a la movilidad, todo lo contrario a lo que se necesita después de 10 meses de crisis sanitaria que han sido también muy intensos desde el punto de vista emocional. Una dimensión poco abordada y que, por lo mismo, puede generar severos problemas que no encontrarán respuesta en el sistema de salud.

En efecto, la innegable atención hacia las repercusiones físicas del covid-19 ha minimizado la atención sobre los daños emocionales que deja en los afectados directos y en la sociedad en general. Por otro lado, hay evidencias del crecimiento (en todas las edades) de consecuencias derivadas de la incertidumbre, la angustia y el deterioro del funcionamiento social u ocupacional, que han terminado configurando trastornos de la adaptación, proclividad al consumo de alcohol y drogas.

El asunto es tan serio que especialistas de las principales universidades de Sudamérica se unieron para realizar el primer Informe Psicosocial de Covid-19, un estudio que en Chile se nutrió de una encuesta a 3.104 personas de 16 regiones, y que reveló -de manera transversal- que la crisis sanitaria se manifiesta en distintas dimensiones: 70% de los encuestados afirma dormir peor o mucho peor, 70% manifiesta vivir malestar psicológico y 28,8% percibe su salud peor o mucho peor que antes de la aparición de Covid-19.

Está claro que la vivencia de la crisis sanitaria pone a prueba de manera radical la salud mental de las personas. Muchos pensamientos nos acompañan hoy permanentemente: unos de temor por el virus, otros por si seguiremos teniendo empleo.

La imposibilidad de una interacción sana con el entorno, la vulnerabilidad que se experimenta al evidenciar las carencias del sistema de protección social. A esto se añade cómo la disminución o ausencia total de actividad física impacta directamente en la calidad del sueño, por no mencionar los trastornos alimentarios que también se incuban o se agravan cuando ya existían.

Las personas que han sido sometidas al aislamiento social, con restricciones a la movilidad y a otros aspectos propios de la vida en comunidad, muestran una vulnerabilidad mayor a presentar complicaciones psicológicas, que van desde síntomas aislados hasta el desarrollo de trastornos específicos como insomnio, ansiedad, depresión y hasta el llamado trastorno de estrés postraumático. Estas condiciones se suman a la desmoralización, el desamparo y los duelos que acompañan a las personas con relaciones directas o cercanas con la enfermedad que deja el coronavirus.

Una emergencia sanitaria tan extendida tiene efectos inciertos. Algunos con consecuencias impredecibles hacia el futuro, como ocurre con la salud mental y la urgente respuesta que hoy demanda del sistema público y privado, a fin de evitar que se convierta en algo parecido a otra pandemia.

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