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Depresión

La depresión no es una novedad para nadie. Si una persona no la ha padecido, es casi seguro que conoce a alguien que sí. Hay 350 millones de personas afectadas en el mundo y para 2030 la Organización Mundial de la Salud (OMS) proyecta que el costo por discapacidad y pérdida de años de vida por esta enfermedad será más alto que el de cualquier otra condición, incluyendo accidentes, guerras, suicidios, cáncer e infartos. A esto se suma que alrededor de un 75 por ciento de los pacientes con depresión recae en algún otro momento.

La tasa mundial de adultos con depresión es de alrededor del 15 por ciento, y en Chile está en 18 por ciento. Desde que en julio de 2006 esta enfermedad entró al AUGE (GES) las atenciones de salud mental aumentaron considerablemente y hoy, según cifras del Ministerio de Salud, abarcan el 50 por ciento de las consultas en la atención primaria.

La depresión es un cuadro que, según la definición de la Asociación Americana de Psiquiatría, afecta cómo una persona siente, piensa y actúa y causa sentimientos persistentes de tristeza y pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba.

Pero es un concepto en evolución y en los últimos 10 años su definición ha ido cambiando, y ya no se busca una sola causa que la explique. No se habla de que es provocada por un desbalance químico del cerebro, ni tampoco se intenta dar con un solo gen o neurotransmisor que ponga todo en orden. Eso significa que una parte importante de las investigaciones apunta a tratar de entender cómo interactúan una mezcla de factores como los genes, la cultura, la crianza y el estrés. Por esto, se asume que la depresión está estrechamente vinculada a la forma en que nos hemos ido desarrollando y la personalidad ha cobrado vital importancia en los estudios.

La clave en este nuevo conocimiento es que la personalidad, aunque marcada por los genes, está fuertemente influenciada por el desarrollo sicológico y social. Las conductas humanas son en buena parte la consecuencia del trato que reciben. Si quienes padecen depresión u otra enfermedad mental, en vez del aislamiento, son puestos en condiciones de expresarse y ser oídos, aumentan las posibilidades de una respuesta favorable.

Este planteo, recogido por el plan nacional de salud mental y psiquiatría requiere, como es lógico, la conducción de profesionales competentes, el apoyo financiero y el soporte institucional que le permita crecer con resultados efectivos.

Los mitos que rodean los trastornos psicológicos y psiquiátricos no solo ocasionan sentimiento de culpa y vergüenza en las personas afectadas, lo que dificulta un tratamiento oportuno y de calidad, sino también nos muestra nuestra propia incapacidad. Por eso, está en nosotros desterrarlos y reducir la brecha entre los mundos de las personas con depresión y el de aquellos que no la sufren directamente. De cada uno y de todos depende el cambio de nuestra mirada colectiva sobre ésta y otras enfermedades que afectan la salud mental.

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