El Covid-19 está golpeando con fuerza al fútbol chileno y promete seguir generando contagios si se relajan las medidas y no se endurece el protocolo sanitario.
Tras la detección de seis casos en Ñublense, lo que gatilló la cuarentena preventiva del plantel y cuerpo técnico, se confirmaron tres casos positivos, seis probables y 11 contactos estrechos en Unión La Calera y tres en Deportes Iquique.
La suspensión de varios partidos en Primera B y Primera A puso en jaque la finalización de ambos torneos, que seguramente, serán extendidos hasta enero.
Si bien era previsible la posibilidad de contagios, estos nuevos brotes también responden a la exposición a la que, frecuentemente, se someten los jugadores en viajes aéreos, que ya no son privados o en chárter, sino que comerciales.
El propio gerente de Ñublense, Hernán Rosenblum, aseguró de manera categórica que el brote de Covid-19 en el club se “produjo en el vuelo a Calama”.
Cuando se proyectaba el retorno del torneo en plena pandemia, se tomaba como modelo Europa, dejando un detalle fuera del análisis: El poder económico de esas ligas, donde los clubes pueden viajar en vuelos privados permanentemente. Aislando a los jugadores del contacto con gente en aeropuertos, supervisando con mayor dureza el cumplimiento de las medidas sanitarias y con toda la tecnología médica a su disposición.
El autocuidado de cada jugador también salta a la palestra, pero sería irresponsable emitir un juicio sin antecedentes y considerando que cada futbolista asumió el compromiso profesional, sanitario y ético de respetar las normas.
Enfrentados a la segunda ola en Chile, la ANFP deberá tomar una decisión trascendental para evitar nuevos brotes masivos y suspensiones que podrían abortar el final de las competencias con un calendario colapsado.
¿Será necesario terminar jugando en cabeceras de regiones que pasen a ser burbujas donde los planteles estén concentrados en hoteles bajo estrictas medidas sanitarias y sometidos a los test PCR cada semana?La ANFP tiene la palabra.
