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Alegría divina en tiempos del Covid

Por estos días en que Cristo muere y resucita, en que gente muy cercana se va a causa del contagio letal que ya sabemos, el misterio del vivir se nos agudiza.

La ruta hacia la muerte, el determinismo futuro hacia el cual inexorablemente avanzamos, prepara otro determinismo futuro hacia el que debería avanzar nuestra conciencia: la mutación de nuestro cuerpo biológico, en una hipotética nueva energía, nuevo “cuerpo”

La tarea es acumular cierta fina “substancia espiritual” para ese parto o metamorfosis de una nueve especie. Aquella única realidad subsistente de nosotros, si la logramos trabajar, cultivar y pulir con infinita paciencia y pasión -lo más probable durante múltiples vidas- contrarrestaría lo que es más probable: la fija tendencia cósmica hacia la degradación, la entropía, el frío y la nada final. En ello, habría apenas una ayuda remota: la presencia de un polo de Luz, de un Punto Omega, ese punto focal de la reunión de las Conciencias las que con su magnetismo en pro de lo evolutivo, coordinaría las fuerzas convergentes de la Luz.

La otra improbable ayuda –si nuestro instinto o hambre de trascendencia aún estuviera muy despierto- sería la metódica orientación para trabajar intensamente sobre sí mismo, con la guía de un verdadero gran maestro.

Cae la noche. Hace dos años que no comíamos tan sabrosas salchichas caseras con chucrut sazonadas a la alemana. Infinito gusto renovado de brindar con vino orgánico de arándanos en casa de Romé Kaltenbach, ese restregado por sus propias manos. Mientras CNN difundía que Francia alcanzaba el pick de muertes y hasta en Nueva York se asombran cómo en Chile los contagios son tan altos a pesar de ir a la cabeza en población vacunada, y mientras entrechocamos copas por nuestra suerte, me llega el recuerdo bíblico: “Y, si no hay resurrección, «¡comamos y bebamos, que mañana moriremos!”(1Corintios 15,32). Pero en contraste, me alumbra la enseñanza de Darío Salas Sommer: “El Cielo ha querido que el placer no sea acumulable…No así la substancia espiritual que sólo la podemos sumar, gramo a gramo, con cada deliberado acto diario de consciencia.” Empezamos a tener una sensación de un tiempo ya vivido y ya cruzado en otras épocas. Y ahí está el escepticismo del sabio del Eclesiastés, ese del post destierro babilónico, a inicios del siglo II A/C. Su autor, Cohélet, es un pensador, un filósofo aún creyente a pesar de percatarse de lo falaz de la ciencia, de la riqueza, de la amistad interesada, desconcertado ante el giro que da Dios a los asuntos humanos. Y él parece encontrar cierto hilván de respuesta: “Lo mejor que podemos hacer es comer y beber, y disfrutar en medio de nuestras fatigas. Yo veo que también esto viene de la mano de Dios, pues si no fuera por Él, ¿quién podría comer y estar alegre? Cuando Dios quiere a alguien, le da sabiduría y conocimientos, y lo hace estar alegre; en cambio, al que desobedece, al pecador, le da la tarea de atesorar, lo hace trabajar y amontonar mucho dinero, para luego dárselo todo a quien Él quiere. También esto es vanidad y atrapar vientos” (Eclesiastés 2, 24-26).

Tanto Cohélet, nuestro viejo sabio, como el sentido común respirado en este tiempo de virulencia, subraya la total insuficiencia de las tradicionales concepciones, de las filosofías de Occidente. Nos fuerza a todos, a los espíritus humanos, a enfrentarnos con los enigmas irrenunciables de la temporalidad, de la caducidad, del sin sentido humanos. Y lo hace como apelando, como exigiendo, apurar el trance de una revelación más elevada, la que debiera estar ad portas.

Ahora sé por qué este pequeño libro de la Biblia es el que siempre más me ha gustado: una obra en transición, de alguien que duda, donde las seguridades tradicionales se debilitan pero a cambio nada firme las sustituye aún. Ya no hay herencia tecnológica que nos alegre, todas nacidas de la vanidad para deformar el apetito del consumo.

Comprobada la vacuidad del bienestar, sólo podemos tener consuelo recogiendo los modestos goces –el comer del propio huerto y con amigos es uno de ellos- que a veces nos suele ofrecer la existencia

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